lunes, 1 de agosto de 2011

¿Combatir la pobreza o la desigualdad social?

¿Combatir la pobreza o la desigualdad social?[1]
Edgar González Gaudiano[2]

Hace casi veinte años, en 1992, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) convulsionó  a la sociedad mundial con la publicación de su informe sobre el desarrollo humano. Con el informe se presentaba la propuesta del Índice de Desarrollo Humano (IDH), con el cual se quería dar una mejor idea del avance en el desarrollo de la que había venido aportando el Producto Nacional Bruto. El IDH integra los aspectos económicos y sociales ponderando el crecimiento económico, la alfabetización de adultos y la esperanza de vida. A partir de entonces, al IDH se le han hecho múltiples ajustes incorporando la desigualdad por género, las diferencias regionales, etcétera, aunque continúa siendo deficitario en la dimensión ambiental.  
Pero lo que más impactó ese año de 1992, fue que la portada del informe se ilustró con la ahora ya famosa gráfica llamada “la copa de champagne” (figura). Esa gráfica muestra meridianamente que el problema no es la generación de la riqueza en el mundo, sino su obscena distribución. 20% de la población mundial (el quintil más rico) equivalente entonces a unos 1,100 millones de personas, concentraba 82.7% de los ingresos (y de la energía, los alimentos, las inversiones, etc.). La misma cantidad de personas, pero del quintil más pobre recibía apenas el 1.4% de ese total, lo que le permitía la mera sobrevivencia.
Aunque parezca increíble, esa súper desigual e inmoral brecha en la distribución mundial se ha hecho mayor. El PNUD en 1998, apenas seis años después de la publicación de la copa de champagne, reveló que el quintil más rico de la población había incrementado la concentración de ingresos a 86%, mientras que el quintil más pobre redujo su percepción a 1.3% del total de los mismos. Lo anterior pese a que en ese mismo periodo la economía mundial había crecido  18.64%. Esto es, no hay tal derrama, ni distribución de la renta una vez que está puesto el pastel. La sicalíptica codicia de los poderosos domina las decisiones.
Al través de los años y hasta el momento actual esa brecha se ha venido ampliando sin cesar, y como al último quintil ya no hay prácticamente nada que quitarle, sino la propia vida, la creciente concentración del ingreso de los más ricos se ha venido haciendo a costa de los quintiles intermedios 2, 3 y 4; es decir, las clases medias que han venido progresivamente depauperizándose.
El tema no debe verse solamente en una perspectiva global. Nuestro país con  112 millones de habitantes ocupa el décimo cuarto lugar mundial por el tamaño de su economía, pero en el mundo es uno de los que tiene más alta desigualdad. Es decir, es uno de los países en los que la brecha entre pobres y ricos es mayor. Según la reciente Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, publicada por el INEGI, en números redondos, 10 millones de personas viven solamente de lo que les da el gobierno a través de distintos programas y de otras fuentes de las que reciben apoyos y 40 millones sobreviven con dos salarios mínimos; esto es, con apenas 3,500 pesos al mes o menos, mientras sólo 5 millones de personas ganan por encima de los seis salarios mínimos.
De acuerdo con esta Encuesta, la población más rica rebasaba en 2006 en 14 veces el ingreso de la población más pobre. Esa brecha en cuatro años se amplió a 18 veces. Es decir, mientras alguien del estrato más pobre recibe seis mil pesos por trimestre, uno del estrato más rico recibe 118 mil.  Entre 2006 y 2008 los pobres pasaron de ser 45 millones a ser 51 millones. Seis millones más de pobres en sólo dos años. Todo un record. Eso sin contar la emigración. El ingreso promedio de los mexicanos se desplomó en 12% entre 2008 y 2010. En fin, lo que las cifras nos dicen es que del 2006 a la fecha, en el gobierno panista del presidente Calderón y de gobernadores de todos los signos, las clases media y baja de este país son más pobres y las clases altas más ricas. Así de sencillo.
Por lo mismo, el asunto ese de los programas de combate a la pobreza es puro atole con el dedo y no habrá manera de combatirla mientras no se combata también la enorme concentración del ingreso en los ricos, la opulencia; es decir, lo que se necesita combatir es la desigualdad social. No hay de otra, lo demás son cuentos chinos. Los datos así lo confirman, aunque nos sigan diciendo que los 25 años que hay entre Solidaridad y Oportunidades han sido exitosos.  



[1] Publicado en La Jornada Veracruz el lunes 1 de agosto de 2011, p. 7.
[2] Investigador del Instituto de Investigaciones Educativas de la Universidad Veracruzana.

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